Esta escena pintada por el maestro de Murillo recoge uno de los pasajes de la Pasión de Cristo. En él, Jesús, tras la flagelación, es coronado de espinas por tres sayones, que le ofrecen también una caña por cetro, como chanza por su incredulidad de que sea el “rey de los Judíos” como se autoproclama. La figura de Jesucristo aparece representada de cuerpo entero, sedente, con las manos atadas y vestido con una llamativa clámide roja, que cubre todo el cuerpo dejando al descubierto su pecho y sus brazos atados, que, junto a su rostro abatido, constituyen el foco de mayor iluminación de la escena.