La figura de esta Inmaculada presenta una admirable armonía formal. El ondulado perfil de ritmo ascensional de su figura, el rostro adolescente de grandes ojos con la vista elevada y las manos cruzadas sobre el pecho, configuran el modelo que Murillo recrea, sin repetirse, en sus numerosas versiones de este tema.
La pincelada suelta, a veces de tonalidades casi transparentes y el empleo de diversas gradaciones lumínicas, crean una sensacional perspectiva aérea, más perceptible ahora gracias a la reciente restauración. La gracia de las formas y un sentido minucioso de la composición que caracterizan las obras de este periodo, convierten esta obra en claro precedente del gusto rococó en el que Murillo gozó de celebridad y explica el calificativo de vaporoso que Ceán Bermúdez aplica a la pintura murillesca.