En Freud la melancolía se singulariza en lo anímico por una desazón profundamente dolida, una cancelación por el interés del mundo exterior. A diferencia del duelo como un estado normal que deviene de la pérdida de un objeto amado y conlleva un trabajo psíquico que le permite al sujeto renunciar a ese objeto perdido; la melancolía es duelo patológico, cuyo «trabajo» no ha ocurrido. Enferma de deseo, la convertida se pierde en su gracia y frondosidad. Pareciera que su vida presente y futura está signada por el extravío del objeto amado. Eremita por amor; melancólica por extremadamente enamorada, su estado denota de manera contundente que ella no es nada en relación con el todo que representa el amado. La santa, en un abismo de sollozos, ofrece a quien la mira su encanto y voluptuosidad. Triste y sensual en extremo, Guillermo Tovar veía en el hombro descubierto, entre el pliegue que se forma entre la axila y el brazo de la protagonista, un alusión a la vagina. Dirá el padre Philippe de la Rosière: la contemplación es una voluptuosidad convertida. Un lienzo de María Magdalena similar a éste se encuentra en la catedral de Sevilla y su ejecución se sitúa alrededor de 1622-1625. Para Enrique Valdivieso la versión en México es una obra de taller; sin embargo, otros estudiosos, entre los que se cuentan Ward Bissel, Mary Garrard, Odile Delenda y Alejandro Massó, la consideran obra autógrafa de la artista. En palabras de Garrad, Artemisia realizó esta obra, de la cual no hay duda de que haya salido de su pincel, de la que derivó su Autorretrato como alegoría de la pintura […] esta Magdalena aparece documentada en una compra que le hicieron directamente a ella muy probablemente en Roma entre 1625 y 1626 por el coleccionista español Fernando Afán de Ribera, duque de Alcalá.
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