Retrato del Señor Llamas

Pelegrín Clavé (1810-1880) dejó en México una escuela poderosa de retrato. Como director de pintura de la Academia de San Carlos afirmó que las partes esenciales para la creación son el dibujo y la composición. Además cierta elegancia, cierto sentido para el color y las formas, como juzga el emérito crítico de arte Justino Fernández. Con Clavé, un realismo y una buena factura, en lo formal, llegaron a estas tierras siguiendo la estela artística del más notable retratista francés, Jean-Auguste- Dominique Ingres (1780-1867).
Bien entendida en esta pieza está la enseñanza venida de la Academia de San Lucas de Roma donde estudió el catalán. Soltura en el dibujo y sabiduría en la composición, como lo sintetiza Fernández, el Retrato del Señor Llamas además está inscrito en la corriente artística que consideró la idea de subjetividad como protagonista ideal de la representación. El Romanticismo enalteció el culto a la persona con la zona áurea de la obra, aquello que el artista, en su infinita individualidad, tenía por expresar. Joven aún, el caballero goza de prestigio social. El gesto corporal tiene esa belleza fluida que llamamos elegancia, en palabras de Georg Simmel. El carácter de asumida presunción del personaje entona con un gran sillón tapizado por una tela de estampado moderno, que se recorta en un delicado y fino tapiz de brocado tenue que evoca el oro bruñido y esgrafiado. De físico agradable, el hombre viste de manera distinguida, pero informal. Porta en su mano derecha un bastón estilo victoriano de arraigada moda finisecular.