Hijo de Antoine-Jean Gros (1771-1835) –miniaturista y discípulo del pintor Jacques- Louis David– fue nombrado barón en 1825 por Carlos X. Jean-Baptiste-Louis aprendió del inglés Caspar David Friedrich (1774-1840), cuyas obras representarán los grandes paradigmas formales del Romanticismo en pintura: nostalgia por el pasado, con aquellas representaciones de ruinas devoradas por la vegetación, y la atracción por los asuntos que inspiran emociones profundas: un amanecer, una tormenta, una cúspide, una tempestad de nieve.
Diplomático, explorador y coleccionista, Jean-Baptiste-Louis, barón Gros, pertenece a ese grupo en el que se inscriben artistas como Nebel, Rugendas, Egerton, Linati, Löhr, Pingret, Chapman, Waldeck; pintores cuya admiración a los volcanes y montañas mexicanas signan su producción.
A su llegada a México, en 1832, comenzó su aventura plástica en la pintura de paisaje.
Fue uno de los primeros «artistas viajeros» que llegaron al país en un siglo de descubrimientos arqueológicos y atracción por temas exóticos. Romero de Terreros escribió en su libro El barón Gros y sus vistas de México sobre lo proclive del pincel del artista sobre todo cuando se trata de monumentos naturales, como los testifica el lienzo Grutas de Cacahuamilpa, también de la colección de Museo Soumaya.
Entre su emblemática producción sin duda son los volcanes: El Valle de Orizaba, El Valle de México, El pico del Fraile, Cráter del Popocatépetl y El Peñón grande, ejemplos que junto con Popocatépetl hacen un dechado representativo de un creador que está atravesado por la fe en la ciencia y por el ensueño de la aventura de experimentar la subjetividad en el mundo, y qué mejor manera de hacerlo que con un viaje hacia lo desconocido.