Lluís Borrassà, segundo hijo del pintor Guillem Borrassà, formó parte de un linaje familiar de pintores de origen gerundense que trabajaron en nuestro país desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XV. En 1383 ya se tiene constancia documental de que Lluís Borrassà tenía abierto su taller de pintura en la ciudad de Barcelona, que se transformaría rápidamente en uno de los obradores más grandes de la ciudad en el que trabajaron numerosos artistas, ayudantes y colaboradores. Su llegada a Barcelona coincidió con el momento en que el estilo italogótico, dominante en nuestro país a lo largo de la segunda mitad del siglo XIV, y cuyo máximo difusor había sido el taller de los hermanos Serra, se estaba agotando e iniciaba su decadencia. El nuevo arte gótico internacional que en estos mismos años se empezaba a hacer en Flandes, París o Milán se caracterizaba por dejar atrás el equilibrio y la armonía sobria de las formas y los colores, puesto de moda por los artistas sieneses del trescientos, con el fin de introducir una nueva estética naturalista basada en el dinamismo y el movimiento de las figuras y por el uso de pigmentos de colores muy vivos y contrastados. El Museo Episcopal conserva posiblemente la colección más representativa de obras de Lluís Borrassà, a través de las cuales podemos seguir la introducción y la evolución de esta nueva corriente artística en su obra. El retablo de san Antonio Abad y santa Margarita de Rubió, si bien se trata de un retablo de dimensiones modestas, introduce en las escenas laterales este nuevo lenguaje narrativo basado en gestos muy explícitos como la escena del diálogo de la santa negándose a la seducción de Olimbrio.