Al conjunto escultórico de San José y la Virgen María con el Niño Jesús se le conoce como Belén, Natividad o Nacimiento de Cristo, ya que muestra el momento posterior de la venida al mundo de Jesús, suceso descrito escuetamente en los evangelios por San Lucas y San Mateo.[1]
Aunque existen representaciones pictóricas del nacimiento de Cristo desde los albores de la cristiandad, la costumbre escultórica de reproducir el nacimiento de Jesús para celebrar la Navidad fue iniciada por San Francisco de Asís durante el siglo XIV en Italia. La primera representación fue “escultórica-viviente”, ya que el santo, para celebrar la noche de Navidad en Greccio, colocó una imagen del Niño Jesús en medio de un buey y una mula reales. El gusto por esta novedad se propagó rápidamente por Italia, y luego pasó al resto de Europa, convirtiéndose en tradición. Con el tiempo la escena evolucionó y se sustituyeron los personajes reales por figuras escultóricas. En la Nueva España, al parecer, esta práctica fue impulsada por los misioneros franciscanos, y para el siglo XVIII, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, esta usanza pasa del ámbito exclusivo de culto en las iglesias a uno más generalizado, cuando los creyentes comenzaron a colocarlos en sus casas, hecho que fomentó su comercialización. Así, por sus dimensiones reducidas, puede pensarse que este conjunto fue fabricado para usarse en el oratorio de una casa particular.
El tipo de los nacimientos novohispanos procede del fijado durante el Concilio de Trento; el jesuita Molano especifica que la Virgen en el parto debe representarse de rodillas, de acuerdo con la visión de Santa Brígida, en adoración ante el Niño. La iconografía virreinal sigue las mismas pautas que en Europa, donde se “destaca la exención de la Virgen de la culpa original y, por lo tanto, de los dolores del parto”.[2] Así, desde finales de la Edad Media el parto de Jesús se convierte en una adoración.[3]
A pesar de que la figura del Niño Jesús no es una pieza original de este conjunto, sino que parece ser un añadido, se puede asegurar con bastante certeza que San José y la Virgen María sí son un grupo que comparte el mismo origen. Las dos esculturas coinciden en su tamaño y en el patrón del estofado, detalles más apreciables en el trabajo realizado por el policromador en la parte posterior de sus vestiduras, donde el patrón original se puede observar más fácilmente gracias al punzonado que sigue el dibujo. El estofado en las vestiduras de la Virgen se encuentra en muy buen estado, con muy pocos faltantes. El trabajo es rico y detallado y el policromador utilizó diferentes punzones para obtener este resultado. Las telas en la figura de San José se han intervenido recientemente.
El tamaño y la proporción de la decoración en las telas con respecto al cuerpo humano concuerdan con las que se utilizaron durante el siglo XVIII. Ambas imágenes tienen retoques posteriores a punta de pincel, que a simple vista acentúan las pequeñas diferencias en las decoraciones vegetales; éstas quizá fueron realizadas en un intento de remozarlas para volverlas más atractivas comercialmente, ya que se ha de recordar que fueron vendidas a una colección particular.
La expresión de los rostros y la forma de los ojos son muy similares, ambos con ojos de vidrio. En el rostro de la Virgen se puede apreciar la separación de la mascarilla por donde se colocaron los ojos. La manera en que se realizó el pelo de ambos ejemplares es muy parecido, trabajados con gubias muy delgadas. En este punto, es de llamar la atención el cuidado y esmero que se tuvo con el peinado de la madre del Redentor, que además muestra una cinta de color, detalle poco común en este tipo de esculturas. En el Museo de El Carmen hay un “nacimiento” que comparte varias características con nuestro ejemplo: el tamaño es parecido, así como el peinado de la Virgen y el tratamiento de la talla; esto reafirma la posibilidad de que sean piezas altamente comerciales y tal vez fueron creadas por talleres especializados que, al realizar muchas de ellas, su apariencia resultaba homogénea.
El aspecto en el que se pueden hallar las mayores diferencias de talla en nuestro ejemplo es en el tratamiento de las manos, siendo las de la Virgen de mayor calidad y expresividad; las de San José pudieron haberse retocado porque se hayan lesionado, o bien, no ser las originales.
El Niño Jesús es de talla delicada, cuerpo bien proporcionado y expresión dulce. A pesar de que parece ser de fecha posterior, denota el buen trabajo del escultor, que incluye suaves pliegues en su morfología de bebé.
[1]. Lucas 2, 4-7; Mateo 2, 6-7.
[2]. Schenone, 1998: 37.
[3]. Réau, 2000: 229.
Fuentes:
Réau, Louis, Iconografía del arte cristiano. Iconografía de la Biblia, Nuevo Testamento, tomo 1, vol. 2, Barcelona, Serbal, 2000.
Schenone, Héctor H., Iconografía del arte colonial. Jesucristo, Buenos Aires, Fundación Tarea, 1998.
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