Durante sus frecuentes viajes por Europa, José Cúneo tomó contacto con artistas y obras que expresaban la renovación vanguardista de los lenguajes artísticos. En ese contexto, se destaca su visita en 1912 a la muestra de los futuristas italianos realizada en París, ciudad en la que también tuvo como maestro al holandés Kees van Dongen, vinculado a los fauves y al expresionismo de Die Brücke. Cúneo, considerado parte de la escuela planista –una denominación introducida por el crítico Eduardo Dieste para presentar las producciones de la pintura uruguaya en las décadas de 1920 y 1930–, afirmó de la mano de las escuelas europeas su preferencia por los colores puros y vibrantes. En 1926, luego de pasar unos meses en París, donde frecuentaba a Pedro Figari, se trasladó a Cagnes-sur-Mer. Allí pintó al aire libre este caserío de la pequeña ciudad, sus calles estrechas y sinuosas. Se trata de una composición dislocada en la que las líneas oblicuas y las perspectivas aceleradas establecen vinculaciones espaciales que obedecen más a relaciones topológicas que geográficas. Cúneo no busca una reproducción fidedigna, sino que, a la manera vanguardista, concibe la pintura como creadora de la realidad.