Este curioso cuadro de Bernardino Montañés realizado en 1891 es una alegoría de la vida y la muerte donde el autor juega con la apariencia, la realidad y los efectos visuales. Esta obra es heredera de la tradición barroca de la vanitas o género artístico que resalta la vacuidad de la vida y la relevancia de la muerte como fin de los placeres mundanos [Eclesiastés (Ec. 1, 2): Vanitas vanitatum et omnia vanitas (vanidad de vanidades, todo es vanidad)]. Bernardino Montañés fue profesor de la Escuela de Bellas Artes de Zaragoza, miembro de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Zaragoza, conservador del Museo de Zaragoza de 1869 a 1888, gran amigo de Valentín Carderera y, al igual que él, artista y erudito romántico, formado en el gusto por la Antigüedad y el patrimonio arqueológico. La pintura es un regalo de Montañés a Pilar Carderera y Almudévar, sobrina de Valentín Carderera.
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