En 1977, Antonio Berni viajó a Nueva York y se instaló en el departamento 1009 del mítico Chelsea Hotel, alquilado por el marchand Alfredo Bonino para preparar su próxima serie de obras, que expuso en mayo en Bonino Gallery. Berni mencionó que estaba ahora interesado en “la gran urbe, aspectos de Nueva York que corresponden a Buenos Aires y, en alguna medida, a toda gran ciudad moderna”. Nueva York lo impresionó mucho por su empuje, su crecimiento y vitalidad, pero también por la sociedad de consumo y la marginalidad en sus calles. La obra muestra a una mujer joven, voluptuosa, con el torso desnudo, que exhibe sin ningún pudor su cuerpo. Sentada en la punta de una cama, las piernas cruzadas, con medias y ligas negras, abre una cortina drapeada de color magenta a rayas blancas, y se asoma mirando de reojo, como si invitara a alguien a entrar en su habitación.
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