Los talleres artísticos de la ciudad flamenca de Malinas se especializaron en la elaboración de estas pequeñas esculturas policromadas que eran sometidas a un estricto control de calidad por los gremios tanto la talla de la madera como la policromía y dorado. Este tipo de piezas de devoción eran muy demandadas y, gracias a su bajo coste y facilidad de transporte, llegaban a Medina del Campo merced al estrecho contacto comercial que existía con los Países Bajos.