La infancia de Cícero Dias estuvo marcada por las vivencias cotidianas en los ingenios azucareros pertenecientes a su familia, en el nordeste del Brasil. Estos recuerdos reaparecerían mucho más tarde como imágenes en su producción artística. Hacia fines de la década de 1920, Dias pintó innumerables acuarelas, en las que la flora y la fauna locales conviven con los miembros de su familia y otras personas que pasaban por los ingenios, tanto en la casa principal como en la senzala –el alojamiento de los esclavos y, por extensión, de los trabajadores de las haciendas–. Son pinturas cercanas al imaginario surrealista, en las que imperan leyes especiales que trastocan el tiempo y el espacio. En "Crianças brincando e o adeus", detrás de la vegetación que ocupa el primer plano, aparecen dos escenas incongruentes en sus escalas, espacialidades y tiempos. A la derecha, una misma niña (y no dos, como sugiere el título) juega con un animal doméstico en dos momentos distintos, en una acción desdoblada secuencialmente. Del lado izquierdo, el cuerpo inerte de un hombre de mediana edad sugiere la cristalización de un evento trágico: la inexorabilidad de la muerte se contrapone así a la vitalidad y la algarabía infantil.
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