En la exposición Cubismo y arte abstracto que Alfred Barr, el primer director del Museum of Modern Art de Nueva York, organizó en 1936, Piet Mondrian destacaba como el máximo representante de la corriente geométrica de la abstracción. Barr la definía como «la forma del cuadrado enfrentada a la silueta de la ameba» y la diferenciaba de la otra corriente abstracta más biomórfica y orgánica, representada por figuras como Kandinsky o Miró. Aunque su vinculación al grupo neoplasticista holandés De Stijl finalizó en 1925 por desavenencias con Van Doesburg, Mondrian dedicó toda su vida y su obra a la investigación del equilibrio de las formas ortogonales y los colores primarios. Esa apasionada búsqueda del equivalente plástico de una verdad universal hace de él uno de los principales protagonistas del movimiento moderno. En ese proceso de reducción del lenguaje plástico a sus elementos básicos, a una simple trama de verticales y horizontales, apareció en su obra la estructura de la retícula que, como ha señalado Rosalind Krauss, se convirtió a partir de entonces «en emblema de los anhelos modernos, en el ámbito de las artes visuales».