El lenguaje abstracto presentado en esta obra es el fruto de una serie de desarrollos personales que Pettoruti inició a poco de llegar a Italia con una beca de estudios, en 1913. Eran años agitados, en los que los intelectuales futuristas instaban a transformar la actividad artística y a incorporar en ella el dinamismo propio de los tiempos modernos. Pettoruti se dejó influir por esas ideas, pero no aceptó por completo el dogmatismo de la vanguardia y mantuvo elementos de la tradición clásica en su obra. En esta etapa de maduración, los vínculos con los jóvenes futuristas se conjugaron con el aprendizaje de las técnicas artesanales del mosaico y del vitraux, y el contacto con el arte etrusco, que conoció durante su larga estadía en la región toscana. Exploró múltiples estilos, desde escenas exteriores pintadas a la acuarela en un registro naturalista, hasta otras donde ensaya “paisajes sintéticos” –según la denominación que él mismo les atribuyó–, y pinturas no figurativas. En "Angolo d’un giardino", el montaje contiguo de distintos planos geométricos –especialmente en el sector central de la tela– hace pensar en la imagen del vitraux. La diversidad de tonalidades podría vincular también esta obra con las exploraciones cromáticas del posimpresionismo y el fauvismo.