Este vestido de corte consiste en una bata —o sobrevestido— abierta por delante y una falda entera debajo. Lleva una ornamentación de la misma tela fruncida, con efecto de arrugado en las mangas y en la parte delantera del vestido. Representa la máxima amplitud de la silueta de la historia de la moda. La mirada se dirige hacia la cintura, extraordinariamente estrecha en relación a la basquiña de grandes volúmenes laterales. La forma de la falda recuerda los vestidos de Las Meninas de Velázquez (1656). El volumen horizontal, de base amplia, se compensa con la verticalidad que aporta una cola que sale de los hombros con palas y se integra con la parte posterior de la bata.
Se trata del vestido denominado Watteau, porque este tipo de prendas aparecen en los retratos del pintor Antoine Watteau (1684–1721). Esa silueta artificial se obtiene gracias al corsé y al tontillo. El corsé presiona rígidamente el torso, eleva el busto y reduce la cintura. A la cintura se fija el tontillo, estructura formada por ballenas (de barbas de ballena o juncos) sujetas con cintas sobre la que reposa la falda. Bajo el tontillo, la camisa cubre el cuerpo. Los complementos del vestido son zapatos de tacón, guantes, abanicos y peinados grandes y complicados.
A diferencia de los trajes brocados de seda, con encajes y bordados, este vestido de corte está confeccionado con una indiana, tela de algodón estampada con motivos de flores y vegetales de formas sinuosas, al estilo Luis XV, que imita y sustituye a la ornamentación anterior, abaratando los costes. La fastuosidad de la silueta contrasta con este tejido, relativamente económico. Los primeros estampados procedían de la India y estaban decorados con flores y otros motivos multicolores. Desde comienzos del siglo XVIII se manufacturaron en Europa. En Barcelona se establecieron numerosas fábricas en la ciudad y prados de indianas en los alrededores. La indiana representó un avance tecnológico, ya que fue la primera decoración de tejidos realizada en serie.