Autor de una obra inconfundible, el brasileño Rubem Valentim fue un pintor autodidacta. Inspirado tanto por la abstracción geométrica como por los elementos propios de la liturgia afrobrasileña, este artista bahiano desarrolló, a mediados de los 50 –adelantándose a las reivindicaciones de la identidad africana que surgieron unos años después–, una poética propia. En ella confluyen los ritmos de la pintura concreta con las lógicas compositivas de los altares; las formas geométricas simples con los atributos propios de las cosmovisiones umbanda y candomblé; la pintura de colores plenos con el impoluto corte de líneas de la xilografía, técnica que Valentim también practicaba. En "Emblema 34" puede apreciarse la particular sintaxis de formas recortadas sobre un fondo de color con que Valentim construye no solo un lenguaje, sino un relato contemporáneo para aquellas tradiciones: “El sustrato viene de la tierra” –dijo sobre su obra–. “Con el peso de Bahía sobre mí (la cultura vivenciada), con sangre negra en las venas (el atavismo), con los ojos abiertos a lo que se hace en el mundo (la contemporaneidad), creando mis signos símbolos, busco trans- formar en lenguaje visual el mundo encantado, mágico y probablemente místico que fluye dentro de mí”.