En la obra La pasión de Firulais retrata al célebre payaso jalisciense Federico Ochoa (1907-1988), hombre de familia adinerada, que a su vejez deambulaba por el centro de la ciudad en una silla de ruedas. Lo interpreta con la cabeza coronada de espinas, símbolo de la pasión cristiana, y una sonrisa cercana a una mueca de dolor. La dimensión del formato acentúa el dramatismo de la vieja paradoja del payaso que en su función de divertir hace reír a otros, a pesar del propio sufrimiento.
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