Los monumentos funerarios romanos eran una expresión del amor, admiración o recuerdo de las personas vivas por sus seres queridos que han muerto. El altar, como cualquier monumento funerario romano, está dedicado a los Dioses Manes, dioses de las almas de los muertos, que se ocuparán de la eternidad de la joven Licinia Licinilla. Sus familiares han querido dirigirse a cualquier caminante que pase junto a la tumba, para que desee a la difunta una buena inmortalidad. Este modelo de petición es frecuente en las necrópolis romanas ya que los enterramientos se sitúan a ambos lados de las viae y los itinera.
Este altar funerario se presenta y alza sobre un pedestal moldurado. En su frente y enmarcado también con molduras está el campo epigráfico, con el texto de Licinia Licinilla. El ara remata en frontón y acróteras laterales. En la parte superior el focus, un hueco semicircular, utilizado para realizar y dejar allí ofrendas en honor a la difunta. En las caras laterales lleva esculpida una pátera y un jarro ritual, guttus.
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