El pequeño lienzo Ermitaño en el desierto de Magnasco, llamado "il Lissandrino", es fiel al inconfundible estilo del pintor: abocetado y nervioso, con una predilección por las figuras estilizadas de monjes, bandidos o mendigos inmersos en un paisaje accidentado con cielos nublados y luces vaporosas e irreales.
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