El día previo al cierre de todo, alguien querido me obsequió un ramo de jazmines. Llevé esos jazmines a mi cocina, y los dejé en un jarrito de cerámica, sobre la mesa en la que almuerzo. Esas flores eran extremadamente vulnerables, exudaban nostalgia, y en el aire se olía la vida que ya no prometían. Ahí estábamos las flores y yo, mientras me preguntaba si volveríamos, si haríamos las mismas cosas. Nunca me vi pintando flores, pero comencé a fotografiarlas y, en el encierro, adopté un hábito de trabajo y pinté esas flores decenas de veces. Antes, había leído sobre la tapa de un disco, ahí estaba una naturaleza muerta de Fantin-Latour y una frase de Richter: El poder, la corrupción y las mentiras.
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