En Julieta y su aya, Joseph Mallord William Turner presenta una imagen de la piazza central y la zona oeste de Venecia vista desde las alturas del extremo oeste del Procuratie Nuove, lindante con los techos del Hotel Europa, donde se alojaba. En el centro se encuentran el Campanile y la Basílica de San Marco, con la extraña blancura casi fantasmal de las cúpulas acentuada por los ladrillos rojos de la torre. A la derecha está el distintivo plano superior del Palazzo Ducale, que en la representación de Turner aparece un tanto comprimido. El edificio a la derecha con cúpula atenuada es la Zezza, o La Casa de la Moneda. Justo arriba, con dos pinceladas, Turner describe las famosas columnas del León de San Marco y San Teodoro, erguidos en la Piazzetta. Desde ahí se extiende en la distancia el pavimiento de la Riva degli Schiavoni, bordeada por numerosos barcos. A la derecha, los fuegos artificiales estallan en el aire por encima de las naves más importantes amarradas en el puerto, al lado de la iglesia San Giorgio Maggiore, de Palladio. En la plaza misma, una muchedumbre festeja el Carnaval, con su atención dividida entre los músicos, los espectáculos de títeres y los estallidos, tal vez más de luz que de fuegos artificiales, al lado del café de Florian.
Ésta es una escena nocturna en la que el fuego irrumpe en la oscuridad, cautivando a los espectadores. Varios expertos suponen que Turner empleaba estos dispositivos a fin de explotar la conocida comparación entre la gloria de Venecia en el pasado, regida por la ley austríaca, y la Londres de su época.
El título del cuadro invoca la obra Romeo y Julieta de Shakespeare, y cabe suponer que la Piazza festiva remplaza al baile de los Capuleto. Un joven John Ruskin (1819-1900), quien más adelante llegaría a ser un escritor muy influyente en el tema del arte y la sociedad en el mundo, se encontraba entre quienes asumieron el desafío de defender la iconografía de Turner, incluyendo las incongruencias topográficas en su representación de Venecia. Finalmente, no hace falta que el cuadro tenga apologistas, ya que, entre las obras de la segunda mitad de la producción de Turner, es una de las telas más evocativas, con un clima fascinante: la contundente combinación de una perspectiva dinámica con estallidos puntuales de luz se manifiesta claramente.