Bartolomé Esteban Murillo nació en los últimos días de diciembre de 1617, en la Sevilla de alma cristiana, judía y musulmana. Hijo del cirujano Gaspar Esteban y de doña María Pérez, recibió el apellido de una tía política, Ana Murillo, quien lo adoptó hacia 1628 luego de quedar huérfano. Ingresó como aprendiz al taller del renombrado pintor Juan del Castillo (c 1590-c 1657), contemporáneo de Francisco de Herrera, Juan de Roelas, Francisco Pacheco y Francisco de Zurbarán (1598-1664).
El tráfico comercial de Europa con América era regulado por la Casa de Contratación de Sevilla. Esto dio lugar a que Murillo estudiara las obras de grandes maestros como Anton van Dyck y Guido Reni, que atravesaban la cosmopolita ciudad andaluza.
De la última etapa creadora del maestro destacan dos pequeñas versiones de La Crucifixión –ésta de la colección mexicana y otra sita en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York–, con bellos matices claroscuristas y sus célebres veladuras. La obra final en gran formato se conserva en el Museo del Prado en Madrid. Para don Enrique Valdivieso, Murillo fue un extraordinario dibujante, un magnífico colorista y un perfecto intérprete en sus pinturas de las circunstancias sociales y religiosas que se produjeron en Sevilla en la segunda mitad del siglo XVII.
La obra perteneció al banquero y coleccionista Alejandro María Aguado, marqués de las Marismas del Guadalquivir, quien la heredó a Carmen Aguado. A su muerte, en 1911, pasó por colecciones anónimas hasta llegar, un siglo después, al acervo mexicano.