El título (La mujer y el pelele), y muy probablemente la idea misma del cuadro, derivan de la novela de Pierre Louys, publicada en 1898. Allí se narra el calculado e implacable proceso de enajenamiento y humillación al que se ve sometido don Mateo, un rico hidalgo español, por obra de la seductora y siempre evasiva e inobtenible Conchita. La ambientación hispánica del relato queda sugerida por el suntuoso mantón de Manila con que la beldad cubre sus antebrazos, y sirve de fondo al esplendor de su cuerpo desnudo. Al cuello trae un dije en figura de calavera, y en cada uno de los dedos de sus manos lleva anillos, multiplicando así los signos de artificiosidad con que engalana y amplifica el poder de su belleza dominadora. Entre sus manos trae los hilos que accionan el cuerpo desmadejado de un pelele, arrodillado a su vera. Viste una carnavalesca túnica floreada, de color rosa, de la que emergen los dedos gruesos y fláccidos de una mano y un brazo hechos de trapo abullonado. Pero lo que más nos impresiona es el rostro que brota de una suerte de invertida corola de lienzo, o gorguera: una cara de demonio, manchada de blanco, negro y bermellón, a la manera de una máscara de teatro japonés, y cuyos rasgos denotan a un tiempo cólera y dolor. La intensidad de esta farsa esperpéntica tiene por escenario contrastante un asoleado paisaje meridional, acaso más italiano que español, con una fila de cipreses que acentúan la verticalidad de la dominatrix y, por contraste, el sojuzgamiento del pelele, y una colina con un pueblecillo reposando en sus faldas. Vid. Fausto Ramírez, Arte moderno de México. Colección Andrés Blaisten, México, Universidad Nacional Autonóma de México, 2005.