El pintor anónimo que realizó el espléndido retablo de la Iglesia de Santo Domingo en San Miniato al Tedesco fue bautizado «Maestro di San Miniato» por el célebre experto en arte Bernard Berenson (1865-1959). Asimismo, la historiadora de arte Gigetta Dalli Regoli destaca al artista en su publicación El Maestro di San Miniato: el estado de los estudios, los problemas y las respuestas de la filología (1988). Ambos autores coinciden en que la obra del pintor recibió una influencia notable de los florentinos Filippo Lippi, Francesco Pesellino, Benozzo Gozzoli y el joven Sandro Botticelli. Miniato privilegió casi de modo absoluto las representaciones de la Virgen con el Niño en un generoso tratamiento de las anatomías. Ternura en los rostros y calidez en la expresión son asuntos fundamentales. La obra no posee sin embargo los característicos fondos de flores, hojas o figuras angélicas que acompañan otras piezas del maestro como la de la colección neoyorquina de William Randolph Hearst (1863-1951), hoy sita en el Museo Getty de Los Ángeles, California, o la que perteneció a Franklin Mott Gunther. María contempla al espectador al tiempo que es observada por el Mesías, quien sujeta el velo en un acto dulcísimo. Las manos de la Madre de Dios recuerdan el alongamiento propio de Lippi o de Botticelli, cuyas obras inspiraron la mejor etapa de su producción. Suaves líneas y carnaciones definen la escena que recuerda las palabras de Lucas Evangelista:Y al verlo, dieron a conocer lo que se les había dicho acerca del Niño. Y todos los que oyeron, se maravillaron de lo que […]les decían.
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