Durante el Renacimiento italiano una práctica usual fue la de producir obras para la devoción en capillas particulares y ambientes domésticos. Los autores por lo general creaban bocetos en las tablas, que les ayudaban a trazar dibujos preparatorios con el fin de reducir la posibilidad de error al aplicar el siempre complicado temple. Francesco Botticini recurrió a lo largo de su carrera a esta técnica en sus composiciones marianas en tondos o formatos verticales. En esta tabla florentina se observa al Niño quien dirige su mirada al espectador y le transmite serenidad; detrás, se encuentra Juan el Bautista, ataviado con piel de camello. Se aprecia una ciudad medieval con la torre de vigía o atalaya, la muralla y una catedral en el centro como la Jerusalén celestial.
En muchas de sus obras, el maestro colocó elementos señeros de algunos de sus contemporáneos como Domenico Ghirlandaio (1448/1449-1494), Sandro Botticelli y Filippino Lippi (c 1457-1504). El caso del temple hoy mexicano, La Virgen y el Niño en un paisaje, con san Juan Bautista niño, fue atribuido a los pinceles humanistas de Lippi. De ello es testigo la placa del marco, fijada cuando la obra se integró a la colección francesa del editor y musicólogo Henri Heugel (1844-1916).
Sin embargo, en 1896, Bernard Berenson (1865-1959), historiador de arte y especialista en pintura del Renacimiento, confirmó la autoría de Botticini en su libro Pintores florentinos del Renacimiento y desde entonces figura en el corpus del maestro.
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