La atención que presta Castillo en este dibujo a la naturaleza salvaje en su estado más puro, propio de Sierra Morena, le hacen un perfecto analista de la vegetación autóctona propia en estas zonas. Por otra parte, hay un detrás de esta soberbia composición un aire romántico, como de concentración en la magnificencia de la vegetación, que le añaden un valor y testimonio de atención en las evocaciones del mundo agreste. En esta ocasión, prescinde de la figura humana o de los tipos rurales, como suele ser habitual en los dibujos de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, o en el de la Biblioteca Nacional.
Los tipos y troncos están en directa relación con algunos de los que aparecen, por ejemplo, en su pintura de La resurreción de Cristo, de colección particular madrileña, así como con los árboles que se aprecian en el dibujo del Anuncio de los pastores perteneciente al Álbum Alcubierre. Se trata de uno de los dibujos más interesantes del artista y que lo coloca como el paisajista más importante de entre los dibujantes de nuestro Siglo de Oro, además de contener en el reverso el original manuscrito de un poema del propio pintor titulado Quejarse un prado porque el enero lo había agotado, cuya grafía es exactamente la del artista, ya que coincide con la presente en el David vencedor sobre Goliat, donde, con sus letras, aparece además de la firma el mensaje Por que otra vez no lo niegue y sepa que es mío, en clara alusión a su orgullo como artista.
La dedicación a la poesía, que ya era conocida en Castillo, es más que una anécdota y demuestra lo cultivado e intelectual que era, así como su unión espiritual con la tradición artista-erudito cojmo era Pablo de Céspedes, quien también cultivó la poesía al igual que Juan de Peñalosa y Antonio de Mohedano. El poema es un esbozo o intento de acróstico en el que se leyese el título del poema, Quejarse un prado porque el enero lo abia agotado, que escribió a la izquierda, para luego ir añadiendo los versos. Sin embargo, no los encontró para todas ellas, empleando algunas palabras como la primera del verso y otros versos se pusieron sin hacer uso de las letras del margen. El poema ocupa dos columnas entre las que se intercala otra que contiene otros versos, estos con encabezamiento, que es un título casi idéntico al del otro texto, lo que puede inclinar a pensar en el esbozo realmente de dos poemas. Ninguna de las dos composiciones parece tener un metro definido, aunque pueden verse muchos pareados, unos en rima asonante y unos pocos en consonante, advirtiéndose tachaduras y arrepentimientos para conseguirla, algunas cuartetas y, al final del poema, ejercicios para conseguir la rima, manifestados en las letras que aparecen en el extremo derecho: oooaaoosssaaeelllssoooss.
El hecho de contener un poema en el reverso del dibujo, dedicado a la bellea de la naturaleza, manifestada en un prado que se agota en enero por los rigores del frío, no produciendo flores ni fruto y al presentar en la otra cara un paisaje total, propio de chaparros o lentiscos, característicos de la serranía cordobesa, nos hace pensar en la posibilidad de que haya sido dibujo cuando Castillo vive su tercer matrimonio en 1654 con Francisca de Paula Lara y Almoguera, velándose en el Cortijo Rubio el Bajo en la campiña cordobesa.
A todo esto hay que añadir que su tamaño, de grandes dimensiones para lo que suele ser habitual, así como el formato totalmente vertical, también poco corriente en los dibujos de Castillo, lo convierte en pieza única para el dibujo español por su rareza y singularidad.