Los cementerios, los entierros y, en general, la presencia cercana de la muerte, fueron temas bastante habituales en la obra pictórica y literaria de Santiago Rusiñol (Barcelona, 1861- Aranjuez, 1931) sobre todo durante la década de 1890.
Cementerio de Montmartre pintado en 1891, se nos presenta como una pintura extraordinaria en la que Rusiñol, mediante un juego de luces que se sustenta básicamente en tres colores (el gris, el ocre y el blanco), consigue crear una atmósfera triste.
El cuadro muestra una perspectiva descendente, tomada desde cerca del apartamento del artista en el Moulin de la Galette. La perspectiva baja otorga una sensación de lejanía que permite su vista despersonalizada. Es la visión del hombre formando parte de la urbe moderna.