He aquí una sutil manera de presentar la relación del arte con la técnica. Richard Barnes fotografía una bandada de estorninos en el cielo de Roma. Atardece y los pájaros se retiran a su dormidero. La imagen es apenas una mancha que pudo adoptar cualquier otra forma. Sabemos que es así mientras la miramos y eso la hace plástica y misteriosa. Hay que demorarse en su contemplación y sin embargo, al contrario de lo que Kant predicaba, no hay por qué renunciar a los resultados prácticos o cognitivos. La atracción es doble: la instantánea no impide que el movimiento esté siempre dispuesto a la evocación. Por otro lado, el deseo de saber cómo se produce ese movimiento no puede serle ajeno al espectador; cómo es posible que millones de estorninos consigan desplazarse con más habilidad que uno solo.
En un conocido artículo publicado por National Geographic en julio de 2007 , su redactor Peter Milles cita a Luis Guius:
Cada pájaro, simplemente con su posición en el espacio aéreo, es un nodo que está comunicando un flujo continuo de datos a sus compañeros más cercanos que se moverán tomándolo como referencia. Por tanto la información de que dispone cada pájaro es sensiblemente local (…) Las acciones se producen en paralelo, no hay normas que determinen quién se va a mover primero y quién después, sino más bien una ágil sincronización con los cambiantes compañeros de baile a los que no hay que pisarles los pies.
Milles relaciona los movimientos de cardúmenes, bandadas y enjambres con todo tipo de posibilidades técnicas: sistemas eficientes para compañías de transporte, distribución de aviones en los aeropuertos o funcionamiento de redes sociales.
Quizás sea la contradicción entre la falta de liderazgo y la seguridad en la acción de tantos lo que hace tan atractiva la imagen de Barnes: Un movimiento de masas sin cabeza, delicadamente presentado y que abre ante quien lo mira las ideas de la belleza, la técnica y la resistencia a través de la unión.
Miguel Leache