La pintura regional mexicana del siglo XIX, marginal hasta cierto punto de la tradición académica, fue altamente apreciada en el ámbito de las ideas estéticas del panorama artístico postrevolucionario. Fue, en parte, un reencuentro con las raíces artísticas de México pero también una postura nacionalista de sobrevalorar lo popular como fuente única de un auténtico arte mexicano. Como modelo, la pintura decimonónica influyó a pintores tan variados como María Izquierdo, Manuel Rodríguez Lozano, Roberto Montenegro y en su retratística infantil, los cuadros de José María Estrada inspiraron a Juan Soriano. Poco se advierte que en su trayectoria artística Soriano despuntó en un inicio como un pintor figurativo de altos vuelos, que le mereció incluso el reconocimiento de Diego Rivera. En la década de los años cuarenta y, desde finales de los treinta, Soriano pintó un buen número de retratos de sociedad y particularmente de infantes captados en posiciones que iban de lo lúdico a lo perverso. Sus composiciones no están exentas de lecturas crípticas, cuando no de ambiguas metáforas, que estructuran una compleja red de asociaciones entre las formas y sus significados. Como tal es el espíritu que anima a las Niñas juganclo de la Colección Blaisten.
Cfr. a Edward Sullivan en, Juan Soriano. Retratos y Esculturas</<a>i>. México, Grupo Azabache, 1991.