Los pigmentos naturales han estado presentes desde los primeros momentos de la humanidad, formando parte de la vida cotidiana como colorantes, posiblemente para curtir las pieles de los vestidos y para la pintura corporal. También aparecen asociados al mundo simbólico, pues encontramos polvo de ocre en enterramientos, y han constituido la pintura del primer Arte, el que conservamos en las paredes y techos de las cavernas de Europa.
Los pigmentos pardos y rojos provenían de minerales de hierro como el ocre o la hematites, mientras que el negro era carbón de leña o manganeso. Pulverizados con machacadores de piedra y convertidos en polvo, se mezclaban con agua formando una amalgama que se aplicaba con la mano y los dedos.