A partir de los escombros de una experiencia se conforma un nuevo relato. Lo duro y lo blando se integran, la ciudad se constituye como naturaleza y del cemento comienzan a nacer sus brotes metálicos. Un recuerdo, fragmentado y efímero que no fija momentos ni espacios sino que abre la puerta a que se genere un desconocido territorio de imágenes rotas, superpuestas y distorsionadas. Lo estático y lo permanente pasan a ser solo supuestos, una falsa presentación de algo que está en constante transformación. ¿Cuánto podemos confiar en nuestra mirada? ¿Cuánta verdad reside en los objetos? Un paisaje que no es virtual ni analógico, ni presente ni ausente, ni una cosa ni la otra. Un paisaje donde la naturaleza se funde con la ciudad para crear un entre suspendido, fraccionado y mutante que no precisa estar definido para existir.