El apropiarse de cuentos de la infancia no es nuevo en la obra de Mondongo: ya con Caperucita roja tensaban los límites de lo conocido, usando la historia como un catalizador para exponer debilidades y excesos de la humanidad. Aquí exhiben la vida adulta de Pinocho conservando ciertos rasgos de lo inanimado.
Detrás de una vidriera, el personaje lleva a cabo una serie de acciones que recrean rituales de lo cotidiano o escenas del mundo del arte: se prepara para una salida de sábado por la noche; asea su casa un domingo por la tarde mientras cuelga y descuelga sus hachas; se observa una procesión de niñas vestidas de blanco con cuadros de la pintura clásica sobre sus pequeñas manos como si trabajaran en una subasta de arte, sólo por citar algunas.
El espacio donde vive Pinocho simula un gran fuerte inspirado en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles pero despojado de toda opulencia, pues está compuesto por piezas de cajones de verdura. Su profundidad exacerba la ilusión, haciendo evidente la desproporción de escala entre el lugar y el cuerpo que lo habita. Lo circundante se pliega sobre el personaje y convierte la escena en un ensoñamiento autoreflexivo.
A través de una puesta lúdica donde los roles de Pinocho, las niñas y otros personajes son interpretados por diferentes performers en cada acción, Mondongo explora cuestiones de género y tabúes vigentes respecto de la sexualidad.
Produccion: Museo Naciónal de Bellas Artes Neuquén – Ministerio de Cultura de la Nación, Municipalidad de Neuquén
Curada por Oscar Smoljan
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