Esta composición de Herrán es habitualmente conocida a través de una versión dibujada con crayones y acuarela, hecha sobre papel de dimensiones medianas (Panneau decorativo, 1916, 42.5 x 39 cm., Museo de Aguascalientes). La existencia, en la colección Blaisten, de este traslado al óleo, ejecutado sobre tela y en un formato mayor, constituye un auténtico hallazgo. Se trata de uno de esos trabajos de intención decorativa, concebidos como variaciones sobre motivos indigenistas, que ocuparon la atención del pintor en los últimos años de su vida. Están relacionados, por una parte, con su obra de carácter ilustrativo publicada en frontispicios de libros y revistas. Por otra, forman una faceta significativa de su pensamiento visual, muy ligada al desarrollo y ejecución de un gran proyecto mural que lo mantuvo ocupado desde 1914 hasta la fecha de su muerte, cuatro años después: el Tríptico de las ofrendas o Nuestros dioses, destinado al Teatro Nacional entonces en construcción. Tengo para mí que la pintura que nos ocupa es independiente de aquel proyecto. Con todo, reconozco que el intenso trabajo imaginativo que el artista venía dedicándole a la que habría de ser su obra consagratoria, el proceso de invención de atavíos y adornos de inspiración antigua, su vinculación con ciertas imágenes de culto y con una ritualidad de raíces arcaicas y el estudio de las formas anatómicas de modelos con rasgos étnicos fuertemente marcados, recreadas mediante un trazo ceñido y exquisito, signo de una maestría dibujística excepcional, propiciaron la creación de obras como la aquí comentada, donde Herrán vertía profundos anhelos y obsesiones muy personales. Vid. Fausto Ramírez, Arte moderno de México. Colección Andrés Blaisten, México, Universidad Nacional Autonóma de México, 2005.
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