Pamplona, 1998, de la serie "Paisaje Anónimo"

Desde el comienzo de su andadura fotográfica, en los primeros años setenta, Carlos Cánovas ha ido articulando su trabajo alrededor de unos pocos temas: muros y paredes, plantas insertadas en espacios urbanos y el territorio periférico donde la ciudad se diluye. La precisión y recurrencia de su tratamiento plástico han terminado por configurar una extensa cartografía de los márgenes y de los límites que concluye en un análisis muy personal de las condiciones de lo urbano.
Su trabajo con las plantas, del que la serie Vida secreta (2000-2011) constituye el último episodio, puede entenderse como una reflexión complementaria. Encerradas en interiores y limitadas a un espacio muy reducido de tierra donde asentar sus raíces, esas plantas se convierten en “dolientes” metáforas del desarraigo que subrayan la idea de soledad.
Por otro lado, los paisajes urbanos parecen en permanente proceso de cambio, como un espacio intermedio que se degrada en desorden o simplemente se disuelve lentamente para dejar aparecer un campo impreciso de solares baldíos, hierbajos, praderas o incluso campos de cultivo que aún no constituyen propiamente lo que podemos entender como naturaleza. Una vez inscritos esos paisajes como imágenes en la estrategia del fotógrafo, muestran la importancia del límite y desvelan las calidades poéticas de un espacio fronterizo (Paisaje anónimo, 1994-2007). El tiempo se convierte en duración, queda en cierto modo suspendido, flotando, para acentuar que no está ocurriendo nada y que tampoco está previsto para más tarde ningún acontecimiento por banal que éste pueda ser. Lo aparentemente trivial construye así, desde el abandono más completo, una poética de lo provisional y un espacio de escenografías frágiles.
Santiago B. Olmo