En el siglo XVIII la terracota, casi siempre policromada, se convirtió en el material por excelencia de los belenes, que con frecuencia incorporaban un abundante repertorio de tipos i costumbres populares. Poco a poco estas esculturas fueron ganando protagonismo en el conjunto del belén y se popularizaron algunos grupos y figuras individuales. A causa, en gran parte, del gusto por lo pintoresco propio del Romanticismo, en el siglo XIX muchas de estas figuras de independizaron para ser comercializadas de manera aislada, como se hacía desde el siglo XVIII con la figuritas de porcelana.
Estas esculturas tuvieron mucho éxito, principalmente entre las clases acomodadas y los viajeros que pasaban por Granada, donde durante el siglo XIX y parte del XX se produjeron muchas figuras de personajes populares y de santos, como las del Museo Romántico de Sitges.
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