La Virgen acoge sobre su regazo el cuerpo sin vida de Cristo tras haber sido desclavado de la cruz. Su rostro concentra el drama de la Pasión con el mismo realismo que la postura desencajada de su Hijo. Una práctica del arte cristiano del XVII fue mover a la devoción a través de la representación de escenas relacionadas a los siete dolores o angustias de María. La predilección por maderas locales y marfil importado de Filipinas, tanto en bruto como trabajado, es característica de la manufactura de esta escultura, posiblemente guatemalteca, y que, por sus dimensiones, consideramos doméstica.
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