Ilustración de Arturo Redondo sobre el Puente de Barcas de Sevilla en 1519.
Un puente de madera, sostenido con barcazas atadas, une la ciudad con el arrabal marinero de Triana desde época almohade. Las enormes riadas y crecidas de un Guadalquivir aún sin domesticar no permiten una vía más firme y consolidada para cruzar. Vinos, aceites, granos y todos los productos del Aljarafe y del Condado de Niebla tienen como paso obligatorio este punto estratégico, al igual que los vecinos de una y otra orilla, soldados itinerantes, viajeros y peregrinos. Y es también un pasaje frecuente para los desdichados con el sambenito que salen condenados por la Inquisición del castillo de San Jorge, caminando, quizás por última vez, por el entablado del rechinante puente de barcas.
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