Maguey es un vocablo de origen taíno. Metl es la voz mexicana para designar la planta. En la mitología de nuestros antepasados el pulque se relaciona con Mayahuel, hermosa diosa de la tierra que, seducida por Quetzalcóatl, viene a vivir con los mortales. Una bebida con rango, el pulque se servía en mezcla con otras sustancias a guerreros o a los destinados al sacrificio.
Era de uso sacramental y festivo; el líquido ya fermentado de la planta del maguey, el octli, no podía ser tomado ni siquiera por gobernantes o nobles. Sólo ancianos y mujeres embarazadas o en estado de lactancia podían acceder a él. Para el pueblo, ingerirlo estaba penado en algunos casos con la muerte.
Después de la conquista, el consumo de la bebida se extendió y para el siglo XIX era frecuente entre los campesinos; el pulque tomó un lugar preponderante en las tradiciones nacionales. Asimismo, la fotografía decimonónica da cuenta de su uso y abuso: una imagen reproducida con frecuencia retrata a dos hombres de clase humilde que brindan con sólida dignidad fuera de una pulquería. Chocan sus vasos de vidrio mientras un tercer personaje, vencido por los efectos del alcohol, está recargado en la pared y sostiene su vaso.
El washingtoniano Conrad Wise Chapman puso especial atención a los elementos que componen el exterior de la Pulquería de San Bartolo. Dos personajes indígenas llevan trastos. Con gran virtuosismo, en un mínimo espacio de escasos 8.2 cm, se dibuja un recipiente de vidrio. En un segundo plano, la barrica y el vaso con pulque. Los protagonistas cargan los enseres y están descalzos. Un enigmático y bien logrado color blanco domina toda la escena. Nuestra ruta visual transcurre entre los atuendos de los hombres, la porcelana y la presencia del pulque, que remata una constelación de motivos de un asunto que debió ser exótico para el ojo del extranjero.