Clavé fue un artista catalán que inició sus cursos de pintura muy joven al inscribirse en la Escuela de Dibujo de la Lonja de Barcelona, que dependía de la Real Junta de Comercio de Cataluña. Sus habilidades para el trazo, la perspectiva y el color fueron estimados por sus profesores y también por una incipiente clientela que fue consolidando una producción retratística dirigida a la clase burguesa de su ciudad. La investigadora española Inmaculada Rodríguez Moya, en su publicación El retrato en México (1781-1867), afirma que durante su estancia como estudiante y novel pintor, el artista debió realizar unos 21 retratos entre 1822 y 1833, la mayoría en pastel sobre seda, entre los que sobresalen un autorretrato individual y otro junto con su familia. Salvador Moreno, quien publicó el estudio académico más importante de Clavé, afirmó que en los primeros años españoles buscó despojarse de las reminiscencias del Barroco, aún establecido en el gusto social, y también se alejó de los temas mitológicos neoclásicos. En el retrato encontró los ecos románticos que le permitieron explorar la individualidad humana, la reflexión y la búsqueda de una belleza interior, idealizada. En magnífico conjunto, este y «Retrato de un caballero», también en Museo Soumaya, son sin lugar a dudas un matrimonio; representan un caso único en nuestro país donde abundan las obras grandilocuentes de Clavé, a diferencia de estas dos sedas sutiles, frescas y tempranas. En congruencia con los modelos flamencos del Renacimiento, Clavé colocó al esposo de tres cuartos y observando a la derecha, donde imaginariamente se posaría sentada su amada devolviéndole la mirada. Un revelador secreto subyace en el anverso de la seda, donde con lápiz se lee la firma de un artista joven, aún tímido: Pelegrín Clavé.
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