En "Crimen y castigo" (1950), <<de fuentes debió darse cuenta de cuán difícil resultaba convertir a unos rusos de la segunda mitad del siglo xix en mexicanos verosímiles de mediados del xx, empezando por raskólnikov […] roberto cañedo sólo supo mantener durante toda la cinta los ojos abiertísimos para dar idea de tortura interior y para agradecer con tal esfuerzo que el papel no le fuera dado a arturo de córdova, como era de temer>> (Emilio García Riera, Historia documental del cine mexicano).
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