La devoción hacia el Niño Jesús, protagonista de este lienzo, está muy ligada a la orden franciscana desde su origen. Se remonta a los tiempos de san Francisco de Asís que, al promover la tradición de los belenes para celebrar la fiesta de la Natividad, rinde culto de manera entusiasta al nacimiento de Jesús y su infancia. La necesidad de adaptar esta obra a la curvatura del arco del presbiterio obligó al pintor a plantear su composición acomodando su forma al espacio al que esta pintura, y su pareja –San Félix de Cantalicio con el Niño–, iban destinadas. Murillo proyecta la figura del santo inclinada hacia el Niño Jesús, lo que le permite dibujarla visiblemente arqueada, siguiendo así la obligada corvadura de la superficie disponible.