La diagonal formada por las manos de S. Juan y el Niño resumen de manera contundente el literal del texto evangélico. Nada distrae la atención del espectador, el fondo oscuro y plano sobre el que se recortan las figuras no hace ninguna alusión al lugar de la escena, el río Jordán. Todo son arquetipos, significantes, pintados con gran pericia pero carentes de naturalismo, emblemas supeditados al mensaje. El cuerpo de este Jesús no es muy distinto del de sus Evas o sus Venus, de hecho reproduce prácticamente el cuerpo y el gesto de la Eva de los Uffizi o los de la Venus de Copenhague y los atributos que le distinguen como emblema de salvación se repiten una y cien veces en las representaciones del artista.
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