Escena religiosa que nos muestra a las Santas Justa y Rufina en el momento antes de su expiración. Unos angelotes en la parte superior de la escena sostienen las palmas, como símbolo de su martirio. En el extremo inferior izquierdo, un bodegón formado por alfarería hace alusión a la profesión de las hermanas. Las santas Justa y Rufina vivieron en la Sevilla del siglo III y sufrieron martirio por negarse a ofrecer un donativo en la procesión del dios pagano Salambó. Justa feneció en la cárcel y Rufina, que resistió en una celda, fue quemada en el anfiteatro, pero la iconografía de las santas patronas de la ciudad hispalense, quedó fijada tras el terremoto que asoló la ciudad en 1504; ya que según la leyenda las alfareras mártires descendieron del cielo para sostener la Giralda con sus propias manos y evitaron así su desplome. Desde ese momento serán representadas flanqueando la torre.
Antonio María Esquivel, prefiere prescindir de la iconografía tradicional y elige para su representación, el momento de trance y agonía apelando a la tensión dramática y al consabido sentimentalismo romántico. Presenta a las jóvenes en la soledad del encierro, donde falleció Justa, que aparece representada con la piel cetrina como símbolo inequívoco de su fulminante muerte.
En esta obra contemplamos ciertos ecos de la pintura de Murillo, debido al aprendizaje de Esquivel durante sus años de juventud al lado de Francisco Gutiérrez, afamado copista del pintor del Barroco español. Estas reminiscencias murillescas son patentes en algunas de sus obras, ejemplo de ello son los dos lienzos que forman parte de un Apostolado y están conservados en el Museo del Romanticismo: "San Pablo" (Inv. CE7490) y "Santiago el Menor" (Inv. CE7491).
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