A lo largo de los siglos este cuadro ha despertado numerosos elogios de los expertos. Palomino en el siglo xviii nos dice que Murillo se sentía especialmente orgulloso de él y que le llamaba su lienzo. Aunque Santo Tomás de Villanueva era agustino, su presencia en esta serie se debe a su cualidad de santo limosnero, práctica que continuó como Arzobispo de Valencia, virtud muy asociada al espíritu capuchino. La escena está representada en un interior palaciego, de líneas arquitectónicas clásicas. Es una de las composiciones más logradas de la obra del pintor, que incluye junto a los elementos arquitectónicos, personajes populares y detalles de gran intensidad emocional. El cuidado tratamiento de la luz que permite destacar simultáneamente los diversos focos de atención que componen la pintura, la convierten en obra cumbre de su producción.
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