Sin título

Con la obra pictórica que representa al charro y las haciendas de México, Ernesto Icaza completa el panorama costumbrista de nuestro país de principios del XX. De composiciones profusas y a partir de un dibujo de rasgos duros y de un colorido procedente de una gama elemental, su obra es retrato pulcro de una tradición nacional de gran calado.
Charro y pintor, Icaza nació en la Ciudad de México en el seno de una familia de buena condición económica. Hijo de un destacado abogado, desde niño mostró sólida afición a los asuntos del campo y en especial a los caballos. Será en las propiedades agrícolas de su familia donde el joven Icaza encontrará el motivo principal de su creación. Con el tiempo consolidará una fuerte relación con los dueños de importantes fincas rurales del periodo porfirista y de los años posteriores inmediatos.
Abocado a la recreación de escenas de la charrería y su contexto, a partir de 1900 y en un periodo de dos décadas, realizó una gran producción tanto de cuadros de caballete como obra mural. Se dice que conocía bien el tema que pintaba de memoria. También recurrió al registro fotográfico. Murió en la pobreza. En 1950 Fernando Gamboa le dedicará una exposición en la que se exhibirían cien lienzos del autor, con lo que se le rendirá un homenaje nacional.
La obra que apreciamos refiere las cualidades más distinguidas del maestro: interés en el fondo del paisaje como parte sustantiva de la escena, variedad en la representación de los tipos de caballos, así como metódica descripción de la indumentaria de los jinetes. Confirma la fama del autor su capacidad analítica mediante el detalle en la figuración y en la interpretación del movimiento.
Justino Fernández concede que en la obra de Icaza hay gracia espontánea exquisita. También hay un enorme amor y respeto a los protagonistas de un mundo que es parte esencial de una práctica que tiene rango de icono nacional.