Lucio Fontana nació en la Argentina, donde recibió la impronta del oficio de su padre –escultor clásico y arquitecto–, y pasó muchos años de su vida en Italia. La matriz experimental de su obra se fue gestando a partir de la alternancia entre estos dos escenarios, pero fue en la península donde desarrolló la etapa espacialista de su pro- ducción. En una de sus primeras estadías europeas, en 1925, Fontana se instaló en París y, al calor de los debates que se daban en esa ciudad, el sesgo académico de sus primeras producciones se fue diluyendo. Sus esculturas de los años 30 dieron primacía a los rasgos expresionistas de las figuras y a un tipo de trabajo sobre la materia que, poco a poco, mostró un carácter abstracto. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, en 1939, volvió a la Argentina y a radicarse en Rosario, donde produjo esculturas que fluctuaban entre una figuración de cuño académico y una línea más expresionista, en algunos casos con un marcado acento barroco. Paradójicamente, este retorno a la figuración se produjo mientras surgía en el área rioplatense la vanguardia del arte concreto. No obstante, las polémicas pro- vocadas por esta ruptura con la tradición dominante estimularon la formulación del Manifiesto blanco, discutido por Fontana con sus alumnos, en el que se abogaba por la superación de la pintura y la escultura y
se hacía referencia a la importancia de la materia en movimiento y su desarrollo en el tiempo y el espacio. En 1947, de regreso en Italia, Fontana suscribió el Primer manifiesto del espacialismo; este y otros manifiestos que firmó en Milán terminaron de definir su idea del “concepto espacial”, que rompía los límites de la tradición y marcaba la apertura del arte hacia nuevas dimensiones. Sus óleos espacialistas materializaron esta noción a través de los conocidos “agujeros” y “tajos”, consistentes en perforaciones o rasgaduras sobre la tela. El "Concetto spaziale" de 1962 pertenece a una serie de piezas en las que el desgarro supera el corte neto provocado por el gesto rápido que tajea la tela, y adquiere un carácter menos purista. Su tela lacerada presenta dos hileras de orificios irregulares que ponen en obra la dimensión espaciotemporal del gesto. Pero además esta es una pintura en la que la textura del óleo espeso que cubre los bordes de los huecos se contrapone a la superficie uniforme y sensual del fondo rosado; y en
la que las perforaciones, como estalladas, contrastan con la sutileza de la línea de los círculos que las contienen.