Esta pintura y su compañera La Inmaculada Concepción fueron realizadas por Valdés Leal para ser colocadas en unos retablos colaterales en la iglesia del Convento agustino de San Agustín de Sevilla, situado extramuros de la ciudad. Ambas son obras de un impulso trepidante que consagran al pintor como un genial intérprete del espíritu pictórico del barroco, tanto por la movida descripción de las formas como por la brillantez y transparencia de color. Se trata de una obra de gran espectacularidad tanto compositiva como por la expresividad de los personajes. El lienzo queda dividido por una clara diagonal que se desarrolla de izquierda a derecha y de arriba abajo. Preside la escena la presencia de la Virgen, que asciende hacia el cielo en un trono de nubes transportado por ángeles. Mientras, en la parte superior se sitúa un rompimiento de gloria. En el ángulo inferior derecho, unos ángeles muestran el sudario en el que ha sido envuelto el cuerpo de la Virgen.
En la técnica de pincelada suelta y contrastes cromáticos destaca el dibujo nervioso y magistral. La impresión de movimiento de las figuras lo consigue a través de forzados escorzos y distintas perspectivas.