Entre 1916 y 1920, Sorolla se complace llevando al lienzo todos los rincones del jardín de su casa madrileña, con una libertad técnica y expresiva y con una visión intimista que han acabado conformando un corpus de suma importancia en el conjunto de su producción artística. Sorolla se entrega a la explosión de colorido y el juego de luz filtrándose entre la vegetación en lienzos de mediano formato que resuelve con la mayor ligereza y espontaneidad. Esta es una de las últimas versiones, pintada en la primavera de 1920, antes de que sufriera el ataque de hemiplejia que le impediría pintar sus tres últimos años de vida. Además de su valor pictórico, esta obra ofrece también el valor testimonial del desarrollo adquirido por la plantación de estos espacios, que fueron concebidos con sumo cuidado por el artista. Representa un ángulo de los jardines segundo y tercero del actual Museo Sorolla, separados por las columnas que se observan a la izquierda. La presencia de la butaca de mimbre que solía utilizar Sorolla para pintar, premonitoriamente vacía, da a este cuadro una peculiar intensidad y un punto melancólico en una escena que, por lo demás, transmite la felicidad de un lugar consagrado a la pura belleza y el placer.
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