Jardín del Generalife

Ibn al-Jaṭīb (Loja, 1313 – Fez, 1374) en la Iḥāṭa describió las fincas cultivadas en el interior de la muralla de Granada como en las almunias de extramuros: casas de campo rodeadas con un jardín, huertas para cultivos agrícolas y, eventualmente, finca de recreo. Dentro de estas últimas, habla del Generalife: Ŷanna al-ʽArīf o Huerta del Alarife.

Santiago Rusiñol y Prats (1861-1931), líder del movimiento modernista catalán, se instaló en Granada en 1897. Muy pronto quedó enamorado de los jardines de la Alhambra. Allí pintó su primer jardín, punto de partida de su predilección por este tema pictórico. El óleo Jardín del Generalife es buena prueba de ello. Para la composición de la escena utiliza la perspectiva lineal con punto de fuga determinado por la intersección de las dos líneas laterales del pasillo que discurre entre los característicos cipreses granadinos. Los cipreses están considerados como árboles funerarios por su habitual presencia en cementerios y camposantos. Sin embargo, en Granada son árboles ornamentales en los que, por su frondosidad y hoja perenne, dan cobijo a aves que mantienen limpio de insectos su alrededor y hacen de cortavientos. Los nazaríes, siguiendo la costumbre romana, utilizaban un camino entre cipreses como símbolo de reconocimiento social de los dueños de la finca y lleva a un punto con agua: una fuente que, por evaporación pasiva, refresca el ambiente. Rusiñol supo interpretar este uso que plasmó magistralmente en esta obra.