Es esta una obra que evidencia la filiación veneciana del estilo de Roelas y su condición de pintor naturalista, lo que le lleva a saber fundir de forma armoniosa aspectos trascendentales y anecdóticos. Fue realizada para el Colegio dominico de Santo Tomás de Aquino de Sevilla, donde las próspera colonia de comerciantes flamencos de esta ciudad tenía capilla propia que dedicaron a San Andrés, encargando ésta pintura para su retablo mayor.
En la descripción de este asunto iconográfico Roelas alcanzó uno de sus mejores logros, advirtiéndose la consecución de excepcionales calidades cromáticas, presididas por tonos cálido y un sentido del dibujo y de la composición que presentan vínculos con Veronés, Tintoretto y los Bassano. En la figura del santo, atado con cuerdas sobre la cruz en aspa, el pintor supo captar una actitud imbuida de una profunda serenidad espiritual y una expresividad física en la que están ausentes el dolor y el drama. El contrapunto de este sentimiento está señalado por el tropel de sayones que , a pie y a caballo, gesticulan manifestando su burla y regocijo por los sufrimientos del mártir. El detalle de uno de los sayones que, llevando una escalera, intenta pasar por el hueco inferior del aspa de la cruz es uno de los mejores aciertos creativos de la producción de Roelas. En el fondo que respalda la escena del martirio se describe un movido paisaje, poblado de árboles y salpicado de edificaciones, envuelto en gamas cromáticas frías, con predominio de tonos azules, que contrastan con los tonos cálidos que inundan el primer plano. En la parte superior de la composición se desarrolla un rompimiento de gloria, donde una corte de ángeles músicos y cantores homenajea al santo, ofreciéndole guirnaldas de flores, coronas de laurel y la palma del martirio. De esta forma Roelas hace triunfar el júbilo celestial sobre el griterío soez de los esbirros, señalando la victoria de lo sublime sobre lo vulgar y la apoteosis del espíritu sobre la materia.